Boston, Mi Amor

Haber sido parte del histórico Maratón de Boston 2018 se siente como un gran privilegio, como si esa deseada medalla contara doble. Y creo que hablo por todos los que estuvimos presentes aquella mañana, cuando digo que nos sentimos como unos guerreros, como unos gladiadores y superhéroes después de haber conquistado esos 42K.

-  Mariana Sánchez - Williams

Claro que es fácil decirlo, a un mes de distancia, con la medalla colgada y los pies secos y calientitos.

La realidad es que nunca me imaginé ese escenario a pesar de estar enterada del pronóstico del tiempo; creo que ninguno de los corredores supusimos jamás cómo sería en realidad.

Conforme iban pasando las horas se esfumaba la esperanza de que algo sucediera; de que el pronóstico cambiara, de que mágicamente esa tormenta se moviera y pudiéramos correr el maratón para el que habíamos entrenado y que tanto habíamos soñado en un clima menos amenazante.

Nunca pasó por mi mente la idea de no correrlo; me había costado tanto llegar hasta ahí que por ningún motivo me iba a perder la oportunidad de hacerlo, pero mentiría si dijera que no llegué aterrada a esa línea de salida.

Confieso que lloré un par de veces la noche anterior y fue de impotencia, de no poder controlar el clima el día de la carrera de mis sueños. Lloré de sentirme vulnerable y asustada, lloré de coraje, lloré porque no tenía idea cómo iba a lograr correr en esas condiciones y no me quedó de otra más que echar mano de todos los mantras que me sé, recordar los meses de entrenamiento, aventarme un buen clavado en mi baúl de momentos mágicos y confiar en el proceso.

Llegar a Boston es el sueño de muchos corredores y detrás del gran día hay tantas horas de entrenamiento, kilómetros acumulados, sonrisas, lágrimas, amaneceres, geles, gotas de sudor, anécdotas y un largo etc., que uno se hace expectativas tremendas, castillos en el aire e historias sobre arcoíris y unicornios donde el trayecto y la llegada a la meta son como sacados de un final de película.