ADIÓS, HIJO MIO

EL MOMENTO QUE TODOS LOS PADRES SABEN QUE LLEGARÁ, SIEMPRE ES DEMASIADO PRONTO

- John G. Hubbel

VAYA —DIJO—, tengo que irme”. Las palabras fueron susurradas, dirigidas a sí mismo, no a su madre ni a mí. Estaban impregnadas de una triste sorpresa, como si hasta ese momento no se hubiera dado cuenta de que ese momento realmente había llegado.

Era una mañana de octubre brillante y fresca. Se había graduado en la universidad en primavera, había buscado trabajo durante todo el verano y finalmente había encontrado uno que le gustaba a 3.200 kilómetros de distancia. Ayer nos dijo que su novia, Kathy, había aceptado casarse con él. Solo entonces su madre y yo comprendimos realmente que su tiempo con nosotros había terminado. Y ahora acabábamos de terminar de cargar su coche y, efectivamente, era hora de que se fuera.

Aun así, yo también me sentía sorprendido. Al fin y al cabo, era nuestro hijo. Siempre había estado aquí. Su lugar estaba con nosotros. ¿Cómo era posible que de pronto fuera un hombre hecho y derecho y se fuera tan lejos?

Por supuesto que no se había convertido en un hombre de la noche a la mañana; había tardado más de veinte años. Para los padres que, por casualidad o por méritos propios, consiguen hacer algunas cosas bien, este momento agridulce es inevitable.

La primera vez que lo vi, a través de la ventana de cristal de la sala de recién nacidos, sentí admiración. Lo sentí de nuevo al ver al joven alto, guapo y seguro de sí mismo en que se había convertido nuestro primer hijo. ¿Había cumplido la promesa que le hice aquella noche, de que haría todo lo posible? ¿Había algo que pudiera hacer por él o decirle ahora que fuera importante?

No, si no había dicho y hecho todo lo que debía, ya era demasiado tarde.