2001 Sigue Siendo El Futuro

- Sergio Huidobro

En el verano de 1966, puede que Londres fuera la capital cultural más movida en el planeta, pero a sólo unos minutos de ahí, en los Estudios MGM-British, el tiempo corría a otro ritmo. Stanley Kubrick terminaba su octava película, un proyecto espacial de más de $10 MDD que involucraba a Arthur C. Clarke –el popular novelista sci-fi–, pero del que no se sabía nada más. Un secretismo cercano a la paranoia había convertido a Kubrick, niño terrible de 37 años, en una pesadilla para sus empleadores: su manía por el control total llegaba al grado de prohibir a los ejecutivos de MGM poner pie en sus propias instalaciones si no habían programado la visita con antelación.

Ahí dentro, Kubrick se paseaba en overol cambiando focos, retocando decorados o probando lentes para las cámaras una y otra vez, llevando a sus colaboradores al límite de la paciencia. Sin preguntar lo que podía o no hacerse, había prescindido de cualquier rostro reconocible para el reparto, inventado y construido descomunales sets giratorios, donde la ausencia de gravedad pudiera simularse sin efectos digitales. Pero aunque los costos se acercaban ya a los $12 millones de Espartaco –la producción más costosa de su tiempo–, el estudio tenía otras preocupaciones.

Conocido por encabezar proyectos escandalosos que despertaban sospechas de comunismo (Espartaco), pedofilia (Lolita) o de mofarse de EE.UU. (Dr. Insólito), Kubrick era también alguien que generaba dinero en taquilla como si cayera de los árboles. Cobijado por esta paradoja había logrado luz verde para su proyecto, titulado