Para los indígenas, todo, desde la palabra “América” hasta las maneras insultantes en que se utilizan los símbolos indígenas, es un recordatorio de cómo los de ascendencia europea casi matan una cultura y todavía la tergiversan.
El escultor húngaro-estadounidense Peter Toth ha creado, en su estudio de Florida, 74 estatuas de personas nativas de América como parte de su colección Trial of the Whispering Giants. Algunos dicen que las imágenes de Toth se basan en estereotipos físicos y caricaturas. Aunque la obra de Toth plantea cuestionamientos sobre su autenticidad, él afirma que su trabajo honra la cultura nativa.
El problema empezó con una palabra: “América”
Esa palabra, en honor del explorador italiano Américo Vespucio, se acuñó en Europa en 1507, cuando se utilizó en un mapa del Nuevo Mundo. Pero, en aquel entonces, los únicos americanos eran indígenas. Era nuestro mundo, pero no nuestra palabra.
Para cuando se firmó la Declaración de Independencia [en Estados Unidos] en 1776, a los blancos simplemente les decían “los americanos”. A mis antepasados los llamaron indios americanos. Es una etiqueta distorsionada por accidentes de la historia: el explorador italiano que le dio su nombre a un continente y otro italiano, Cristóbal Colón, que apodó a los indígenas “indios” porque pensó, es posible, que estaba en las Indias Orientales.
Indios americanos: dos etiquetas que no elegimos. Podrían habernos llamado de otra manera. El 11 de octubre de 1492, Colón escribió que había encontrado a personas hermosas que “eran del color de los canarios (de las islas Canarias), ni negros ni blancos”.
Canarios. Imagina si ese nombre se hubiera quedado. Hoy día, los símbolos indios americanos están por todas partes. Piensa en todos esos equipos y en sus mascotas. Piensa en las cajas de mantequilla. O en las motocicletas. O en la cerveza.
Son caricaturas, símbolos de la narrativa europeo-americana que ignora el genocidio, las enfermedades y la devastación cultural que trajeron a nuestras comunidades.
Nuestros antepasados construyeron ciudades indígenas como la antigua Cahokia (al este de San Luis, Misuri) y Double Ditch (al norte de Bismarck, Dakota del Norte). Pero las Primeras Naciones son descartadas como “rurales”, o no urbanas. Benjamín Franklin, por ejemplo, vio la riqueza de la cultura –y del gobierno– nativa que ya estaba aquí. En 1751 escribió, en alabanza a la confederación iroquesa de naciones indias, que “ha subsistido por eras y parece indisoluble; y, sin embargo, una unión similar sería impracticable para 10 o una docena de colonias inglesas, que la necesitan más, se beneficiarían más de ella, y no puedo suponer que sean incapaces de entender las cosas que necesitan y quieren”.
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