Al otro lado de la valla

Cómo un niño y una vecina imprevista forjaron una sorprendente amistad

- Adrian Van Young

Un día, mi hijo se hizo amigo de una religiosa. Todo comenzó con voces en el jardín. A través de las ventanas de la cocina donde picaba cebo lla, escuché la voz de Sebastian y la de una mujer. Sebastian tenía cinco años, y cuando salí a ver qué sucedía, lo encontré con la cara aplastada contra los listones de la valla del jardín.

En esta zona de la ciudad de Nueva Orleans, al sur de Estados Unidos, viven, en su mayoría, personas de clase trabajadora y clase media.

Nos instalamos aquí el verano de 2014, un mes antes de que naciera nuestro hijo. Unos amigos me ayudaron con la mudanza mientras mi mujer embarazada supervisaba la escena en medio el calor.

Era difícil saber de qué hablaban Sebastian y la mujer. Él parecía fascinado y la mujer parecía… ¿Intrigada? ¿Encantada? No podría decirlo. Pero escuchaba retazos, se tratara de lo que se tratara, y un tono amable en la voz que venía del otro lado de la valla a través de las preguntas empáticas y reiterativas que propo- nía.

Detrás de aquella valla había una residencia de religiosas, una gran casa de dos pisos pintada de azul. Vivían allí desde antes de que llegáramos nosotros. Me imaginaba a mujeres con hábito rodeadas de sombras, pero eran religiosas accesibles y relajadas, con los pies en la tierra. A veces veo las luces por la noche, a través de los cuadrados de sus ventanas.