Accion reinventada, feminismo explosivo

- Por Sergio López Aguirre

La supremacía Bourne colocó al cine de acción en un peldaño muy diferente al que había ocupado hasta ese momento. El director Paul Greengrass tomó una cinta de espías que pudo ser convencional y la convirtió en una franquicia merecedora de los tres Oscares que ganó en 2008: Mejor edición de sonido, mezcla de sonido y edición. Aun así, quizá su logro de mayor impacto fue el imponer una moda que fue replicada ad infinitum en prácticamente todas las películas de acción que le seguirían: la “shaky cam”, es decir, la cámara en mano tipo documental que le da a todo un toque de inmediatez y realismo. Desde la trilogía de El transportador a Colombiana –con Zoe Saldana– y básicamente toda la filmografía de acción de Liam Neeson, se han beneficiado de la alergia al tripié que parecen haber desarrollado las cintas moderno del género.

Sin embargo, en 2014, un par de hombres –ambos con antecedentes de coordinadores de stunts– rompieron el esquema: David Leitch y Chad Stahelski, los directores del éxito de culto John Wick