Miss Sumo

En el país del Sol Naciente, cada vez son más las mujeres que practican este deporte tradicional.

- Loïc Grasset

Shion Okura, de 22 años, en octubre de 2024, junto a su compañero de entrenamiento.

El otoño se alarga en Uji, una pequeña localidad sin pretensiones al sur de Kioto. Los arces, alcanforeros y jaboneros empiezan a vestirse de tonos vibrantes. El aire es suave, el cielo azul intenso. Si se afina el oído, se alcanza a escuchar el canto de los uguisus, unos pequeños pájaros cuyo trino melodioso regala los oídos. Sin embargo, este domingo reina una agitación muy distinta en el polideportivo de la ciudad.

En los alrededores, las barbacoas de yakiniku desprenden el aroma de carnes marinadas en salsa de soja, sake dulce y pimienta. Dentro, las gradas repletas vibran entre gritos, jadeos y exclamaciones, entre bocado y bocado de algas secas.

En el centro, se levanta una plataforma hecha de balas de arroz cubiertas de arcilla compacta, de seis metros de lado y sesenta centímetros de alto. Un ring donde se desarrollan combates exclusivamente femeninos de un deporte que hasta hace poco parecía reservado a hombres de gran volumen: el sumo. En este dohyo, previamente bendecido por un sacerdote sintoísta y marcado con un círculo sagrado de 4,55 metros de diámetro, cientos de chicas de todas las edades y complexiones se enfrentan en los campeonatos de Japón de sumo femenino amateur.

Todo responde a un preciso ritual. Antes del combate, las luchadoras realizan el chiri-chôzu: en cuclillas frente a frente, extienden los brazos en horizontal con las palmas hacia arriba, luego las giran hacia abajo antes de recoger los brazos. Después el choque: un cuerpo contra otro, con el objetivo de empujar a la rival fuera del círculo.