Espléndido aislamiento

En una visita a Islandia descubrí una isla de paisajes y enigmas primarios… y la sensación de que nunca estás solo

- DE LE FIGARO

Eran las 5 de la mañana cuando aterricé en el aeropuerto de Keflavík. Era de noche. Llovía. Hacía un viento árido que hizo que el aterrizaje de mi vuelo desde Boston fuera uno de esos momentos desesperados en los que incluso un no creyente como yo implora una intervención divina.

No fue necesaria. Los pilotos de Icelandair resolvieron esta fugaz crisis con aplomo, como si estos colosales y enloquecidos vientos cruzados fueran la bienvenida a casa habitual.

Una hora después, todavía en plena oscuridad y aliviado por haberme resistido al alcohol durante las tres últimas horas de vuelo, debido a la poca tolerancia por parte de Islandia de la presencia de alcohol en tu sistema cuando conduces, estaba al volante de un coche de alquiler recorriendo los 50 kilómetros de distancia hasta Reikiavik. No podía dejar de pensar que mi llegada sumergida en la oscuridad previa al amanecer, con la lluvia cayendo como en una película negra nórdica, era el comienzo perfecto para mi viaje del mes de agosto de 2021 con destino al aislamiento geográfico.

Los viajes están siempre llenos de expectativas. Al venir a esta antigua colonia danesa cuya masa terrestre más cercana era esta tabula rasa cartográfica llamada Groenlandia, no sabía lo que encontraría en esta vasta nación insular subártica poco poblada (376.000 habitantes) cuya posición mundial y su régimen de convivencia con la UE la convirtieron en el balcón de Europa.