EN EL ANIVERSARIO 50 DEL DÍA DE LA TIERRA NOS PREGUNTAMOS: ¿DÓNDE ESTAREMOS EN 2070?
GUÍA DEL PESIMISTA
INUNDACIONES HISTÓRICAS, LUCES BRILLANTES, TEMORES ALIMENTARIOS
NATIONAL GEOGRAPHIC VOL. 46 NÚM. 4
“UN DÍA ÚNICO EN LA HISTORIA estadounidense llega a su fin”, decía Walter Cronkite en el noticiero CBS Evening News el 22 de abril de 1970. La celebración inaugural del Día de la Tierra llevó a cerca de 20 millones de personas a la calle: uno de cada 10 estadounidenses y una multitud mucho más grande de la que hubiera anticipado el senador Gaylord Nelson, el hombre que soñó con el evento. Los participantes expresaron su preocupación por el ambiente de maneras exuberantes y a menudo idiosincráticas. Cantaron, bailaron, llevaban máscaras antigás y recogieron la basura. En la ciudad de Nueva York arrastraron peces muertos por las calles. En Boston escenificaron una muerte masiva en el Aeropuerto Internacional Logan. En Filadelfia firmaron una “Declaración de Independencia” gigante de todas las especies.
“El Día de la Tierra fue exactamente lo que esperaba –dijo más tarde Nelson, demócrata de Wisconsin–. Fue una explosión sorprendente de las bases políticas comunitarias”.
Soy lo suficientemente mayor como para haber estado en el primer Día de la Tierra y, aunque no recuerdo haberme unido a los festejos, en gran medida soy producto de ese momento “único”. Pasé los setenta en protestas bajo la lluvia, mientras trataba de persuadir a mis compañeros de escuela para que reciclaran las latas de sus refrescos, usaba pantalones acampanados estampados con flores púrpura gigantes y me preocupaba por el futuro del planeta.
Como adulta, me volví una periodista cuya especialidad es el ambiente. De alguna manera, convertí mis preocupaciones de la juventud en una profesión. He viajado a la Amazonía para reportar la deforestación, a Nueva Zelanda para ver el efecto de las especies invasivas y a Groenlandia para acompañar a científicos que taladraban las capas de hielo que se derriten.
Cada año, en el Día de la Tierra, trato de dar una caminata en el bosque cerca de mi casa. Busco renacuajos y admiro los fenómenos efímeros de la primavera. Y cada año me preocupo más por el futuro del planeta.
PÁGINA ANTERIOR: la obra del artista californiano Shane Grammer adorna las ruinas de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Paradise, California. El incendio forestal de noviembre de 2018, avivado por los vientos, pasó de un pequeño incendio a un infierno y destruyó casi toda la ciudad. A medida que el clima cambia, temperaturas más cálidas, menor cantidad de hielo y deshielos de primavera anticipados crean temporadas secas más largas que afectan las plantas y los árboles. Bosques y maleza secos contribuyen a alimentar incendios forestales más grandes, lo que hace más vulnerables las comunidades cercanas a zonas propensas a incendios.
STUART PALLEY
Lecciones por aprender
Un estudiante con una máscara de gas “olfatea” una magnolia en Nueva York como parte de una protesta el 22 de abril de 1970, el primer Día de la Tierra. Los acontecimientos buscaban educar y crear conciencia sobre cuestiones como la contaminación y la eliminación de desechos tóxicos. Según una encuesta de la Casa Blanca realizada un año después, 25 % del público estadounidense decía que proteger el ambiente era una meta importante. En 1969, la cifra era casi cero.
AP PHOTO
EN 1970, ELTÉRMINO “calentamiento global” no se había acuñado. Los científicos sabían que ciertos gases, incluyendo el bióxido de carbono, atrapaban el calor cerca de la superficie de la Tierra; esto se había entendido desde la era victoriana, pero solo unos cuantos habían tratado de calcular cuál sería el daño por quemar combustibles fósiles. Los modelos climáticos estaban en pañales.
Desde entonces, los modelos se han vuelto más sofisticados. Y aunque muchos estadounidenses se han resistido obstinadamente a aceptar la ciencia del cambio climático, todos vivimos las consecuencias.
La capa de hielo perenne del Ártico –el hielo marino que persiste todo el invierno y el verano– se está consumiendo. En el último medio siglo se ha reducido más de tres millones de kilómetros cuadrados. Los niveles marinos se elevan más rápido, en gran parte gracias al deshielo acelerado en Groenlandia y la Antártida.
Cada vez más, las ciudades costeras a nivel del mar de Estados Unidos experimentan lo que se conoce como inundaciones en días soleados, cuando lo único que se necesita es una marea alta para llenar de agua las calles. Para 2050 se espera que Norfolk, Virginia, experimente inundaciones de marea alta casi la mitad de los días del año.
Y el tipo de aumento en el nivel del mar que hará la vida difícil en lugares como Norfolk tal vez la hará imposible en otros, como Islas Marshall o las Maldivas. Un estudio reciente de investigadores estadounidenses y neerlandeses predijo que para mediados de este siglo la mayoría de los atolones serán inhabitables.
Mientras tanto, las inundaciones son apenas una de las desafortunadas consecuencias de manipular el termostato del planeta. Un mundo más caliente también se ve azotado por sequías más severas, tormentas más feroces y monzones más erráticos. Es un mundo en el que la temporada de incendios forestales dura más y los fuegos son más grandes e intensos.
Antes de 1970, los megaincendios –los incendios que consumen más de 40 000 hectáreas– eran raros en Estados Unidos. Desde la década pasada ha habido docenas. En el verano de 2019, los incendios forestales quemaron más de siete millones de hectáreas en Siberia, un área casi tan grande como Irlanda. El humo envolvió la región en una neblina enfermiza e hizo que las autoridades de salud aconsejaran a los residentes de ciudades como Krasnoyarsk que salieran solo si era absolutamente necesario. A finales de 2019 y principios de 2020, los incendios en Australia destruyeron más de 9.5 millones de hectáreas.
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