¡HOLA MAMÁ! ¡HOLA PAPÁ!

"¿Desde cuándo no llamo a mis padres?" Esta pregunta, que parece banal, sumerge a la periodista en una profunda reflexión

- Clara Georges

HACE ALGÚN TIEMPO, recibí en mi email del trabajo un mensaje cuyo asunto decía: "Los franceses hablan con su familia menos de tres veces por semana de promedio". La nota de prensa hacía referencia, entre otras cosas, a una encuesta sobre los hábitos de comunicación entre padres e hijos.

Inmediatamente, sentí que me invadía una vieja y obstinada sensación: la culpa. ¿Desde cuándo no llamo a mi padre?, pensé, y solo el hecho de tener que reflexionar sobre ello me llevó a la conclusión de que había pasado demasiado tiempo. En mi móvil, la culpa incluso adapta una forma: ese "1" que aparece sobre el icono del teléfono, indicando que tengo un mensaje de voz sin escuchar. ¿Y quién sigue dejando mensajes en el buzón de voz? Mi padre. Duran dos minutos y solo terminan porque el tiempo se acaba, cortándolo a media frase.

Aplastada por el peso del autorreproche, decidí preguntar a mi entorno con qué frecuencia llamaban a sus padres, para tranquilizarme. Más o menos funcionó, especialmente porque todos me contaron anécdotas en las que se sentían culpables o irritados que me hicieron sentir menos sola.