HUMANOS NACIDOS Y FABRICADOS

Después de las distopías clásicas del siglo XX que inaugurara Nosotros de Yevgueni Zamiatin, ¿cómo escribir en el primer cuarto del siglo XXI una obra literaria original distópica o que contenga elementos distópicos?

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Es evidente que el mundo de entreguerras de la pasada centuria y el que surgió tras la caída del muro de Berlín en 1989 se ha ido transformando en una suerte de medioevo tecnificado. Podrá contraargumentarse que esto no es así, que la existencia de democracias legítimas desmiente esa aseveración. Sin embargo, junto a ellas observamos gobiernos populistas, en un espectro que oscila de la izquierda a la derecha, que, como hacían los señores feudales, ejercen un dominio abusivo sobre sus súbditos, y regímenes totalitarios —basta señalar a Kim Jong-un— casi idénticos al de Winston Smith. La violencia es ubicua; se ha normalizado la reproducción masiva de bombardeos, decapitaciones, torturas, secuestros, imágenes tan sangrientas como las escaramuzas de las cruzadas que los historiadores se han empeñado en reconstruir. Pero, más allá de la paradoja de un planeta conformado por sociedades que, pese a la inteligencia artificial, las redes virtuales y los avances científicos que han aumentado la expectativa de vida, se comportan en ocasiones como una manada de gorilas furiosos, una pregunta clave podría ser qué diferencia hay entre nuestra contemporaneidad y la realidad ficcionalizada por George Orwell en 1984. Siguen siendo la bota del Gran Hermano —el Benefactor de Zamiatin—, la policía del pensamiento, ¿las instancias responsables de manipular y controlar a una ciudadanía aborregada y temerosa? Aventuro una respuesta: sí —ya mencioné a Kim Jong-un— y no. El poder absolutista muta de aspecto, encarna en diversas formas reales y simbólicas. Los empleados, una fábula de la escritora danesa Olga Ravn publicada hace relativamente poco, asume el desafío de ahondar en esta metamorfosis a través de una nueva propuesta del género distópico.