Una mirada a los ÓSCAR

Este 24 de febrero el Teatro Dolby de Los Ángeles acogerá la 91 edición de los galardones más importantes del séptimo arte y por cuya alfombra roja desfilarán las más rutilantes estrellas del celuloide. Repasamos los orígenes de estas estatuillas y lo que se cuece entre bambalinas.

- Laura Valdecasa

Corría mayo de 1929, Estados Unidos apuraba la recta final de los felices años 20 (pocos podían presagiar que unos meses después el mundo se desmoronaría con el crac de la bolsa en el famoso Martes Negro) y un grupo de amantes del cine, que se habían establecido como la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas, celebraba su primera gala de entrega de los premios Óscar en el hotel Roosevelt de Los Ángeles -hotel en el que, a día de hoy, te puedes alojar y emular a Marilyn Monroe, que hizo de este lujoso edificio su residencia durante dos años-. La ceremonia consistió en una cena privada con 36 mesas de banquete, a la que asistieron 270 personas y cuyas entradas costaban cinco dólares.

Un panorama distinto a las galas actuales, donde se dan cita todos los nombres propios del séptimo arte, la media de asistentes está en torno a 3.400 personas y las entradas para acceder a la gala son muy exclusivas. Los nominados a los galardones, por ejemplo, pueden solicitar entradas adicionales, cuyo precio desvelaba la actriz Viola Davis en su Instagram el año pasado: 750 dólares.

Curiosamente, hay otra forma, bastante selectiva, de poder asistir a esta ceremonia, y es postularse para ser un seat filler, es decir, un ‘llenador de asientos’: cada año, los organizadores de los Óscar llaman a 150 personas que se encargarán de llenar los asientos vacíos por las ausencias a la gala, o cuando las estrellas deben salir para descansar, ya que las cámaras no pueden grabar lugares vacíos.