Bajo el bisturí

Jo Taylor pas diez aos de su vida deseando una rinoplastia. Y se gast todos sus ahorros en ella, pero vali la pena?

- Fotografías Sarah Brown

Es una tarde cálida de las vacaciones de verano y estoy en la sala de mis padres: mi papá está viendo la televisión, y su perfil hace una silueta con el brillo de la pantalla.

Es la primera vez que miro detalladamente a mi papá. Es guapo: cabello abundante castaño rojizo, ojos café claro y una piel bronceada. Pero estoy en shock de verlo por primera vez, tiene una nariz… enorme.

“Sí tienes una nariz muy grande, ¿verdad?”, le pregunto, señalando a su enorme protuberancia aguileña.

Gira lentamente su cabeza hacia míy me sonríe. “Bueno, pues tú también, querida. Es algo que corre en la familia”.

Hasta ese momento no le había dado mucha consideración a mi nariz. Pero esa tarde me paré frente al espejo del baño y le di vueltas al asunto: mi nariz abultada no coincidía con aquellas pequeñas y delicadas que había visto en las páginas de mis revistas favoritas. En ese punto, en el baño, comencé a odiar mi rostro. Tenía 10 años.

Desde entonces, le echaba la culpa de todo a mi nariz. ¿La razón por la que mis amigos habían entrado a mi cuenta de MySpace y cambiado mi nombre a “acosadora de animales” cuando tenía 12 años? Mi nariz. ¿La razón por la que ningún niño se interesaba en mí? Mi nariz. ¿El motivo por el que probablemente nunca entraría al competitivo mundo de periodismo de belleza? ¿Pues, quién más? Mi nariz.