ADELA MUÑOZ PÁEZ

En Brujas (Debate, 2022), la química, profesora y escritora andaluza explora la feroz campaña orquestada durante siglos para convertir a las mujeres en chivos expiatorios de una sociedad misógina.

- EDUARDO MESA LEIVA

España fue uno de los territorios en los que la caza de brujas tuvo menor impacto y la Inquisición, aunque envió a inocentes a la hoguera, salvó también la vida de muchas personas.

Efectivamente, en España se estima que fueron ejecutadas "legalmente” por esa causa en torno a 20-30 personas. En Cataluña, al tener un régimen jurídico al margen de la Inquisición, se ejecutó en torno a 400 personas, la mayor parte mujeres, cifras infinitamente menores que las 25.000-30.000 de Alemania. Lo que a mí me ha sorprendido más de estos datos es que sigan siendo tan desconocidos a pesar de que fueron puestos de manifiesto a comienzos del siglo XX por el historiador norteamericano H. C. Lea y de que han sido corroborados en infinidad de estudios posteriores. Una vez creados, los bulos son muy difíciles de erradicar.

Aunque el momento crítico de la caza de brujas tuvo lugar en la Edad Moderna, usted sitúa el origen de esta misoginia social mucho antes.

Sí, por supuesto, la misoginia se fue cociendo a fuego lento a lo largo de milenios desde el comienzo de la historia: los derechos de las mujeres no hicieron más que retroceder desde la civilización sumeria, la primera de la que tenemos documentos escritos. Yo señalaría dos hitos en los que esa misoginia se dotó de argumentos: la Grecia clásica, especialmente con la obra de Aristóteles, el primer gran pensador y el primer gran misógino, y las religiones judeo-cristianomusulmanas, en particular algunos padres de la Iglesia cristiana, empezando por san Pablo. Un personaje excepcional fue Jesucristo, que trató a las mujeres como iguales a los hombres, pero sus enseñanzas en ese y otros aspectos se olvidaron pronto.