LA ÚLTIMA NOCHE DE GIACOMO CASANOVA

Un anciano Casanova rememora sus andanzas y aventuras, las personas que ha conocido, las ciudades que recorrió y las vidas que vivió. Escribe sus memorias en soledad, espiado por unos criados que no saben de su leyenda y solo ven en él a un extravagante anciano. La muerte le espera.

- DAVID CHAUMEL

«Mis antiguos placeres los renuevo y los gozo con ellos otra vez», confiesa Giacomo. La suya es una vida digna de ser recordada. Ha sido libre y ha merecido la pena.

Las velas de su escritorio se consumen en el candelabro. Su vista no es la de antaño, le cuesta seguir escribiendo. Lleva trece horas trabajando, y aunque escribirá sobre sus jornadas: «Trece horas que se me van como si fuesen trece minutos», está cansado. Giacomo Girolamo Casanova posa la pluma de ganso en el tintero, se recuesta en su butaca y reflexiona sobre sus años. Está mayor, viejo. Sabe que su existencia, en algún momento, debe acabar, pero se resiste, ama demasiado la vida, la ha exprimido tanto como ha podido. Escribe: «La vida es como una amante a la que queremos demasiado y a la cual siempre terminamos por dar todo lo que nos pide con tal de que no nos abandone». Teme morir antes de acabar sus memorias. No las acabará. Morirá esa noche, el 4 de junio de 1798, a los 73 años. A tres años del cambio de siglo. Con él se irá el viejo mundo, el siglo xviii, el «antiguo régimen» (como lo denominaban los revolucionarios franceses).

En la imagen; castillo de Dux, en actual la República Checa, donde pasa sus últimos días de vida Giacomo Casanova.