Bailando en la madurez

Una nueva afición me enseñó que existen diferentes formas de flexibilidad

- Julia Zarankin DE CBC CANADA

AL COMENZAR MIS 40 años, ya había agotado todas las aficiones que supuestamente me harían sentir mejor frente a la idea de comenzar a recorrer la mitad de la vida. Había dado clases de improvisación, había decidido aprender un idioma nuevo, me había sumergido en una infructuosa búsqueda de una tarea manual solo para acumular una colección de libros caseros cosidos mal y le había dado una segunda oportunidad al yoga. Hasta había comprado un sillón reclinable para ayudar a aliviar molestias.

Y luego, en el punto más profundo de mi desesperación, decidí apuntarme a una clase de ballet.

"Pero si ni siquiera eres muy flexi- ble", me recordó amablemente mi marido. Y no se equivocaba. Casi me lesiono una vez que traté de levantar la pierna sobre el mueble del baño en un intento de elongación.

Además, mi historial de compromiso con la actividad física no era demasiado alentador: cortos períodos recreativos en la cancha de bádminton, un muy breve coqueteo con el ciclismo, una relación intermitente con la natación y un abandono prácticamente total de mi programa de levantamiento de mancuernas. Estaba claro por qué no me veía exactamente como potencial miembro de un cuerpo de ballet.

Pero estaba decidida a probar. Necesitaba confirmar que mi cuerpo era capaz de movimiento y gracia.