La Navidad que ME CAMBIO

Mis padres gastaron mucho más de lo que podían permitirse en el mejor regalo de mi vida

- Peter White DE THE GUARDIAN

SON LAS OCHO de la mañana de Navidad y el tío Tom dice que quiere oír las noticias. Mi yo de 11 años se pregunta por qué los adultos se interesan por las noticias cuando hay cosas más importantes que hacer, como dar regalos. Y entonces, mientras estoy escuchando a medias la retransmisión de la radio, ocurre algo extraño: el aburrido locutor empieza a hablar sobre un mensaje navideño del Vaticano. ¿No habíamos escuchado antes esa noticia?

Colin, mi hermano mayor, descubre lo que está pasando. "¡Pete, Pete, es una grabación! ¡Ya tenemos grabadora!"

Por fin me doy cuenta: el tío Tom y mi padre han grabado las noticias y las están reproduciendo.

Pienso que no es muy común que un regalo te provoque verdadera emoción. Los niños, como los adultos, saben lo que se espera de ellos y pueden fingir sorpresa y alegría, aunque no las sientan. Para mí, ese fue uno de los raros momentos en los que el corazón da un vuelco y el mundo pega una pequeña voltereta.

Colin y yo éramos ciegos de nacimiento. A finales de la década de 1950, los bienes de consumo atractivos empezaban a ser accesibles para los no tan ricos. En el internado especial de Worcester, al oeste de Inglaterra, al que íbamos Colin y yo, las grabadoras de carrete eran sin duda los preferidos. Para los niños ciegos, superaban a las cámaras, sobre todo con el auge del rock 'n' roll. Una grabadora propia era la máxima aspiración. Pero Colin, mejor informado y más realista que yo en cuanto a la economía familiar, no tenía esperanzas de conseguir una.