Legado vivo

Entrar a Au Pied de Cochon en la Ciudad de México es atravesar un umbral entre dos mundos: el de la brasserie parisina con sus paredes de madera, sus elegantes contrastes en rojo, la luz suave que se posa sobre los manteles blancos y el tintinear pausado del cristal; y el de una capital latinoamericana que vive con intensidad, gusto y memoria.

- Por Sheila Ramírez

La sopa de cebolla gratinée llega burbujeando en su croûte dorado, mientras el foie gras de pato es montado con sutileza al lado de un chutney de higo sobre pan brioche.

Luego, el plato estrella: el lechón confitado tierno, crujiente, decadente. Francia servida en tres tiempos, y con una versión contemporánea de La vie en rose a grato volumen.

Pero hay algo más: un matiz de calidez del servicio, esa sonrisa sincera del mesero que ejerce su oficio con el mismo entusiasmo que hace 25 años, y del sommelier que recomienda con refinada maestría un vino de Burdeos. Es aquí donde el restaurante cobra vida propia. Es la “Ciudad de la Luz”, sí. Pero también es México. Y esa dualidad lo convierte en una experiencia que trasciende lo gastronómico: un puente de sabores, tiempos y sensibilidades.

Desde la página anterior, en sentido de las agujas del reloj: El art nouveau cobra vida en un homenaje fiel al ícono parisino: foie gras de pato-importado desde Francia- junto a un chutney de higo sobre pan brioche: una selección de productos del mar frescos que refleja el compromiso con la calidad y el origen de cada ingrediente.

La historia de Au Pied de Cochon comienza en un París que aún huele a escombros y a reconstrucción. Es 1946, Europa cura sus heridas después de la segunda guerra mundial, y en medio del polvo y el frío de una ciudad que empieza a ponerse de pie, la brasserie abre sus puertas en el antiguo mercado central, Les Halles, sin saber que se convertiría en un símbolo de resiliencia.