CARCASONA LA CIUDADELA DISPUTADA

Tras las murallas de la cité de Carcasona, los turistas hormiguean entre tiendas y restaurantes por unas calles en las que se escribieron algunas de las páginas más memorables del catarismo.

- ALBERTO DE FRUTOS

A la entrada de la Narbonense, una de las puertas de acceso a la ciudadela de Carcasona, un busto saJuda a los visitantes: es la dama Carcas. Cuenta la leyenda que, allá por el siglo VIII, esta mujer, viuda del gobernador musulmán Ballak, se las ingenió para engañar a Carlomagno, quien acabó levantando su asedio de cinco años, persuadido de que su enemigo era irreductible. Lo cierto es que, en el interior, los sarracenos se estaban muriendo de hambre, pero la dama Carcas montó un teatro de súbditos de paja en los merlones, y hasta arrojó un cerdo bien cebado a los pies de los soldados para hacerles creer que no estaban pasando ningún apuro. Cuando Carlomagno desistió del sitio, la princesa hizo sonar las campanas de la fortaleza y el pueblo gritó entusiasmado: "¡Carcassonne!".

Esta leyenda, que casa, forzadamente, la etimología de Carcasona con esa audaz y misteriosa mujer, no tiene ningún viso de realidad, pero nos recuerda que allá por el siglo vi, entre los años 725 y 759, los musulmanes fueron dueños y señores de la ciudad. Tras el hundimiento del reino visigodo, cruzaron los Pirineos, conquistaron Narbona -a unos sesenta kilómetros de Carcasona- y avanzaron por la Septimania hasta que el líder franco Carlos Martel les paró los pies en la batalla de Poitiers (732).

Francos, musulmanes, visigodos y, antes que ellos, romanos e incluso celtas se fijaron en este promontorio de la región de Occitania, capital hoy de la región de Aude, y dejaron su huella.

Entre condes anda el juego