ΕΙ realismo mágico de las islas Feroe

En este archipiélago danés, los fantásticos paisajes, la singular fauna y flora y la mitología nórdica otorgan una cualidad onírica a la vida cotidiana

- Chloe Berge

Impresionantes vistas, como la cascada de Múlafossur, en la isla de Vágar, salen a cada paso.

EL SOL AL ponerse derrama su luz ámbar sobre un empinado sendero tallado entre prados de hierba esmeralda. Subo la colina, llegando a una abrupta parada que me deja sin aliento en una estrecha cresta. La vista de la pequeña aldea de Mykines con tejados de hierba, una de las poblaciones más remotas de las Islas Feroe de Dinamarca, se dibuja como una sombra en el valle de abajo. Al otro lado del vertiginoso precipicio, nada más que el salvaje y agitado Atlántico Norte, y en el borde de la cresta, los frailecillos, por cientos se pavonean y dan saltitos. Sus plumas se ondulan con el viento salobre mientras se juntan, doblando sus brillantes picos anaranjados y parpadean con sus ojos en forma de lágrima. Observar a tantos juntos, lanzándose contra el profundo océano, provoca la misma sensación que encontrarse con un grupo de criaturas míticas.

Lo que más realza la escena es la carencia de turistas o de cualquier persona. Aislada al norte del Océano Atlántico entre Islandia y Nor esta cadena de 18 islas ha logrado evadir la atención del mundo (por ahora) y en Mykines, el recuento de vecinos permanentes asciende a dieciséis. La isla, accesible solo en barco o helicóptero, queda aislada del resto del archipiélago durante los gélidos inviernos. Pero de mayo a agosto, los viajeros pueden aventurarse en una excursión de un día, o, como mi prometido y yo hemos decidido hacer, pasar la noche.