La última frontera

La aventura aguarda a los visitantes del Parque Nacional Big Bend, situado en uno de los lugares más salvajes e imponentes entre México y EE UU

- Marcia DeSanctis

El cañón de Santa Elena es una de las principales atracciones de Big Bend.

En mi primera mañana en Big Bend, me lancé de lleno con demasiada rapidez. Conduje 125 kilómetros al sur de Marathon (Texas), y me dirigí al corazón del parque nacional: la Cuenca de Chisos, una depresión geológica rodeada por una cadena montañosa del mismo nombre. Un amigo me había recomendado una caminata de 9,5 kilómetros por Window Trail. Llegué al principio del sendero al mediodía.

Sin tener en cuenta las advertencias de que no era conveniente caminar después de las 10 de la mañana debido al calor extremo, me aventuré por afloramientos volcánicos en un lecho seco del cañón. Quince minutos después, me encontré con lo que parecía un llamativo palo pintado que dividía el camino en 2. Resultó ser una letal serpiente de cascabel de Mojave que, afortunadamente, me ignoró.

Cuando llegué a The Window (una abertura de piedra natural en el borde de un acantilado de 65 metros, por la que vi la extensión de colores pastel del desierto de Chihuahua), había 38 grados, no había ningún senderista a la vista, y apenas me quedaba agua.

Procedí con cautela durante la vuelta, buscando la sombra en la dura ruta cuesta arriba. Cuando llegué al coche con aire acondicionado, había aprendido la lección. Big Bend era diferente. Para afrontarlo se necesita humildad, resistencia, un poco de valor y probablemente no caminar solo.