Trainspotting – 20 años después

Los millenials antes de los millenials.

- César Albarrán Torres 

Choose life fue el grito de guerra de 1996. La secuencia inicial poseía una vitalidad desbordante, como la de pocas películas que habíamos visto antes (o después). Como parte de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional se proyectaba La vida en el abismo, de un tal Danny Boyle, cuya ópera prima Tumba al ras de la tierra (1994) resultó prometedora, pero no había sido el aviso de una carrera fuera de serie. Pero entonces, de pronto, “Lust for Life” de Iggy Pop acompañaba a un Ewan McGregor de 25 años mientras corría lleno de vida, flaco y ojeroso, por las calles de Edimburgo. 20 años después, con el estreno de Trainspotting 2: La vida en el abismo, es pertinente recordar lo que significó para los cinéfilos y para la industria el filme de culto de Boyle. Sobre todo porque la secuela (esperada desde hace más de una década y basada ligeramente en Porno, continuación literaria de Irvine Welsh) reúne a los que la hicieron inolvidable: el elenco original (al menos los personajes que quedaron con vida en la primera cinta), el escritor John Hodge y, por supuesto, a Danny Boyle. 

Para muchos jóvenes, Trainspotting (o La vida en el abismo, en español) les hizo descubrir otro tipo de cine que no estaba en el espectro de los blockbusters de Hollywood, pero tampoco era un filme indescifrable como los delirios crípticos de David Lynch. Trainspotting era cine de autor, heredero de la tradición del realismo social británico tan bien representado por directores como Mike Leigh (Naked, 1993) y Ken Loach (