Corrupcion Food Truck

- Anibal Santiago

Su salida del túnel fue traumá-tica como si llegara a Satur-no. Katharina emergió hacia la calle desde Metro Chapultepec, sus ojos se abrieron como dos huevos fritos y miró a un lado y otro para dimensionar: a su alrededor había un enjambre de changarros que vendían comida deglutida por una caravana que lamía sus dedos, mordía feroz, saboreaba como si en sus bocas girara todo el placer del universo. “¡Waw, en México se come mucho en la calle!”, exclamó con su acento alemán, incrédula.

Si en su ciudad, Hamburgo, acaso podían comer en la calle una salchicha grützwurst y algo más, esto era inabarcable. Se preparaba todo (desde tacos de machitos inundados en aceite color petróleo por las mil 200 veces recalentado, hasta mangos recién traídos de Sinaloa). Y todo era precario hasta la náusea. Los productos se lavaban en cubetas de agua turbia como chocolate, la gente masticaba junto al mofle de un microbús que aderazaba los manjares con CO2 y no había que ser experto en plagas para hallar ratas borrachas de charcos con Roshfrans y que se atascaban con lo que caía de los platos.