Atrapado en Chimney Rock

ATRAPADO EN UN SALIENTE DE LA LADERA DE UNA MONTAÑA, CON VARIOS HUESOS ROTOS Y SEDIENTO. ¿VENDRÍAN A POR MÍ?

- Peter Potterfield

NUESTRO CAMPAMENTO ESTABA en el borde de una explanada de nieve a unos 1.500 metros de altitud en las montañas Cascade.

Doug, mi compañero de escalada, y yo pusimos el hornillo en marcha a las 5 de la mañana. Como de costumbre, desayunamos copos de avena instantáneos y café y planeamos el día. Si viajábamos ligeros de equipo y a buena velocidad, llegaríamos a la cima de Chimney Rock, de 2.500 metros, a media mañana.

Yo tenía 38 años, cinco más que mi amigo, pero Doug y yo estábamos muy bien compenetrados en cuanto a nuestra capacidad y actitud, y confiábamos en poder hacer frente a los imprevistos en la montaña. En nuestros años de escalada en el noroeste de Estados Unidos, habíamos sufrido algunas caídas, nos habíamos perdido y nos había sorprendido el mal tiempo. Pero gracias a nuestro buen juicio, a la habilidad y a la suerte, nada grave.

Desde que dejamos el coche tres días antes, habíamos recorrido más de 32 kilómetros de senderos y terreno escarpado. Chimney Rock iba a ser nuestro último ascenso, ya que íbamos a volver a Seattle la noche siguiente.

Después de desayunar, vestido con ropa interior, pantalones cortos y una camiseta, me puse las botas con los crampones. Sentía la familiar mezcla de expectación y ansiedad que precede a cualquier escalada. Cargados con nuestras mochilas, avanzamos con dificultad por la nieve hacia una hendidura en la montaña que nos sacaba abruptamente de nuestra pequeña cuenca.

Tras escalar unos 213 metros, la grieta dio paso a una cúpula de roca y pedregal desde la que accedimos a la parte superior del glaciar Chimney. Paramos a beber y contemplar el espectáculo. Abajo había un gran valle boscoso. El lago Pete se encontraba a media distancia, y el lago Cooper más abajo en el valle. Por encima se alzaban cumbres escarpadas que el sol había pintado de un dorado deslumbrante.