EL BOSQUE DEL PUEBLO

UN BARRANCO BOSCOSO Y OLVIDADO EN MEDIO DEL CEMENTO DE UNA GRAN CIUDAD, HOY CONVERTIDO EN REFUGIO

- Mark Mann DE BESIDE

 

SI LA MALEZA y especies invasoras de Montreal tuvieran un Dios, ese sería el Falaise Saint-Jacques. Con sus nueve pisos de altura y sus cuatro kilómetros de extensión, el falaise (término francés para “barranco”) se eleva sobre la autopista 20 al suroeste de la ciudad. Todos los días, 300.000 personas pasan por allí en sus coches, pero si les preguntaran, la mayoría respondería: “Qué es eso?”.

Como en un extraño acto de ilusionismo, se trata de una presencia visible y, al mismo tiempo, ignorada por todos. Plantado en 1985 en un espacio utilizado como vertedero, esta franja rocosa de bosque nunca fue objeto de mantenimiento. Y hasta hace poco, muy pocas personas visitaban el lugar.

Pero la indiferencia humana ha sido precisamente la buena estrella del bosque. Mientras nadie observaba, evolucionó y se convirtió en un ecosistema similar a una selva, con altos árboles y canto de aves. Hoy es refugio de zorros, marmotas, una especie en peligro de serpiente y ocasionales ciervos que deambulan por las vías de tren cercanas.

Es fácil enamorarse del Falaise, de su enormidad y exuberancia y, al mismo tiempo, de su peculiar encanto de jardín secreto. Desde 2015, algunos de sus admiradores han cuidado este lugar por sus propios medios: sacaron de allí cientos de neumáticos y otros residuos a mano, limpiaron senderos, documentaron especies y rellenaron los comederos de aves. Se hacen llamar