EN LA PROFUNDIDAD

Para los verdaderos pescadores, la búsqueda del lugar más remoto y salvaje (con la mayor abundancia de peces y la menor cantidad de embarcaciones) es eterna. Tal vez lo hayamos encontrado frente a la costa de Colombia.

- Por JEN MURPHY

Un frenesí de alimentación de sardinas es una de las maravillas ecológicas del mundo. Tam- bién es uno de los mayores estimulantes para los pescadores obsesivos. “He visto a hombres hechos y derechos temblar al presenciarlo”, dice Felipe Morales, mi anfitrión y capitán, mientras acelera nuestra lancha por una super- ficie del Pacífico en calma hacia una erupción de agua espumosa en el horizonte.

En cuestión de minutos estamos sobre el caos. Piqueros de patas rojas y azules se lanzan en picada y sin descanso contra la superficie. Delfines moteados atraviesan el agua como torpedos. Y hordas de atunes gigantes saltan por los aires con la boca abierta, hambrientos. Antes de que el bote se detenga por completo, mi guía, Jairo Zuñiga, corre hacia la proa con una caña de spinning en mano y lanza un pop- per directamente al centro de la acción. El señuelo rosa neón apenas salpica la superficie antes de que un destello plateado lo devore (tensando la línea) y la batalla comienza.

Es finales de marzo y he llegado a Bahía Solano, un paraíso pesquero poco conocido en la salvaje costa pacífica de Colombia, justo cuando las sardinas comienzan a invadir las aguas cálidas de la región en su migración pri- maveral hacia el sur desde Panamá. Cuando se agrupan en una esfera densa, conocida como “bola de carnada”, se convierten en un festín para depredadores como atunes, peces vela, jureles y pargos. Y cuando estos depredadores atacan la superficie para alimentarse, a su vez se vuelven blancos irresistibles para pescado- res como yo. Este fenómeno natural es solo una de las razones por las que la pesca aquí es tan espectacular.