El latido de ESTAMBUL

En algún lugar está escrito que Estambul te robará el corazón. Solo hay que alejarse un poco de las multitudes, del tráfico infernal, de los conductores que hacen sonar a 150 decibelios el último éxito de Sila, ¡Hey, yavrum, hey! (¡Hey, mi amor, hey!). Alejarse del caos oriental, desarrollista y decadente que no cesa ni de día ni de noche.

- de Marga Zambrana

La condición fundamental para disfrutar del Estambul oculto es embarrarse primero en el ritual turístico que transita todos los nombres que fue: Bizancio, Constantinopla, Nueva Roma, Estambul, eis tin polin (hacia la ciudad) o la Sublime Porte de Montesquieu y de Nerval. Es obligatorio encogerse ante las maravillas arquitectónicas de la ciudad histórica, empezando por esos dos gigantescos proboscídeos enfrentados: la basílica bizantina —hoy, una vez más, mezquita—de Santa Sofía, y atravesando el parque del Sultán Ahmet, su hiperbolización islámica, la Mezquita Azul. El smartwatch irá acumulando más pasos bizantinos y otomanos: el Palacio de Topkapi, la Basílica Cisterna, el hamam de Roxelana, la Fuente Alemana, el Obelisco, el Hipódromo. Entréguese con gozo a todos los tópicos estambulíes, no le defraudarán.

Llega el momento de alejarse del gentío y otear el horizonte. Caminando cuesta abajo desde Sultanahmet hay decenas de hoteles y restaurantes coronados por azoteas, muchos de ellos muestran a pie de calle fotos de sus impresionantes vistas. Pruebe fortuna y suba a alguna de ellas. Tanto si es para degustar algún meze regado con el anisado raki o para sorber un té, pagará por unas vistas impagables a la altura de las cúpulas, y si con suerte disfruta de 360 grados, la mirada se perderá en la línea azul del Mármara, el trasiego de los barcos que acceden al Bósforo, las más de siete colinas téctonicas de la metrópolis y la orilla asiática, Anatolia. Girará y girará como un derviche girávolo y sélfico, porque los selfies no se acaban nunca en Estambul, la ciudad más fotogénica del mundo. Y comprobará que también es la más bella.