El gran desconocido

Una amistad poco común ayudó a mi hijo a afrontar el divorcio de sus padres... y la muerte

- Jowita Bydlowska

EL PISO AL QUE MI HIJO Hugo y yo nos mudamos después de mi divorcio era agradable, pero teníamos la sensación de estar aferrados a una balsa salvavidas en mitad de una tormenta. Estábamos a unos 30 minutos en coche de la nueva casa del padre de Hugo en Toronto. Durante la primera semana que estuvo Hugo conmigo, de ocho años, respondió al cambio en su vida destrozando su habitación antes de de dar paso a las lágrimas y dejarme que lo abrazara.

En ese momento, desarrolló también un nuevo miedo: el miedo a la muerte. "No puedo dormir. No dejo de pensar en la muerte", decía cuando entraba en la oscuridad de su dormitorio y dejaba su cuerpecito totalmente rodeado por un cordón de juguetes de peluche.

Hugo siempre se había considerado ateo, desde que su padre le había dicho a los cuatro años que Dios, como Papá Noel, no existía y que cuando morimos, nos convertimos en polvo. Para Hugo, había sido solo una broma que decir a los adultos y para confundir a sus inocentes amigos en infantil.

Pero ahora que estaba creciendo, iba comprendiendo el concepto del tiempo, lento pero inexorable hacia lo desconocido. Creo que su miedo a la muerte comenzó también porque nada parecía ya seguro: nuestra pequeña familia ya no era una unidad, y nuestras vidas se habían convertido en hogares de custodia compartida. Cuando las noches eran demasiado difíciles para Hugo, nos dormíamos abrazados como dos monos, y las incógnitas se alejaban una noche más.