Paul Thomas ANDERSON

REGRESA CON SU PELÍCULA MÁS AMBICIOSA EL AUTOR DE MIRADA AMABLE, CAPAZ DE ENCONTRAR HUMANIDAD Y BUENAS HISTORIAS EN EL POZO MÁS PROFUNDO DEL ALMA DURANTE ESTAS ÚLTIMAS TRES DÉCADAS

- POR Santiago Alverú | ILUSTRACIÓN Noelia de Alda

No se le dan genial las entrevistas a Paul Thomas Anderson. Lo suyo es dirigir obras maestras, no explicarlas demasiado. Mientras presentaba Pozos de ambición en el Festival de Cine de Berlín, una periodista le preguntó por qué había cambiado tanto su estilo con respecto a sus trabajos previos. No supo qué responder. Le salvó Daniel Day Lewis, sentado junto a él en la rueda de prensa. El actor defendió que Anderson cuenta cada historia según las necesidades particulares de la misma. Que vive por y para servir a los relatos que crea, porque están por encima de sus egos o de sus manías. Escucha a sus personajes, se zambulle en sus vidas, y les regala todo para brillar y emocionar. Y luego ya el público que interprete lo que quiera sobre su forma o su mensaje.

Ocurre al hablar de Una batalla tras otra, su último largometraje. Claramente política (y qué no lo es), igual que lo era Puro Vicio (2014). Un poema de anarquistas enamorados, fascistas que dominan el mundo y soldados con cara de Sean Penn que matan impunemente. Pues al preguntar por esta mirada, no lo tiene claro: “Esta película habla de política igual que Boogie Nights (1997) habla del porno. Es el telón de fondo. La política aburre, es difícil conectar con obras muy políticas”. Un poco después, llega con un ejemplo: “Me gusta muchísimo Rojos, el filme de 1981. No me apetece decir nada malo de él, porque conozco a Warren Beatty y le quiero un montón. Pero esto creo que se lo he dicho a él también, así que no me sentiré tan mal: me pierdo cuando la veo y empiezan a dialogar sobre la revolución rusa. No entiendo nada, me cuesta seguirlo. Son veinte minutos de película en los que desconecto. Pero lo que sí comprendo, lo que recuerdo siempre, es cuando se encuentra con Diane Keaton en la estación”.