Eduardo Sarabia: pintar para recordar, imaginar para resistir.

Entre la memoria de su barrio en Los Ángeles, los ecos de Mazatlán y la energía de Guadalajara, Eduardo Sarabia ha construido una obra profundamente personal. Sus pinturas, más que recuerdos, son espacios abiertos a la imaginación.

- SERGIO RODRÍGUEZ-BLANCO

A veces, para encontrar el centro de uno mismo hay que caminar hacia los bordes. Eduardo Sarabia (Los Ángeles, 1976) se formó entre dos mundos: el barrio de Boyle Heights y la memoria de Mazatlán, el origen de su familia. Fue ahí, en la frontera entre culturas, idiomas y expectativas, donde comenzó a encontrarse a sí mismo a través del arte. "Crecí en un barrio con muchas complicaciones, pandillas, problemas. Pero al mismo tiempo ahí aprendí a moverme, a observar, a contar las cosas como las veía".

Su obra no pretende resolver esa fractura, sino habitarla. Sus pinturas —lentas, densas, obsesivamente construidas en óleo sobre lino— son portales donde las imágenes fotorrealistas se mezclan con manchas, veladuras, fragmentos. Parte de su proceso comienza con instantáneas que él mismo toma en sus recorridos y encuentros cotidianos. Son recuerdos transformados por el tiempo, la intuición y la pintura. En alguna ocasión, un coleccionista confundió una de sus piezas con una fotografía intervenida: al recibirla y contemplarla de cerca, le dijo: "ahora entiendo por qué te tomó ocho meses".