HUIDA DE KABUL

Si se quedaba podía morir, pero si salía podrían matarla. La huida de una mujer hacia la libertad

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Cada vez que abría los ojos, me encontraba con la mirada de mi madre. Mi padre, mi hermano y mi hermana bebé estaban dormidos por el suelo de mi oscuro piso en la frontera occidental de Kabul.

Habían huido justo antes de que los talibanes saquearan su casa en Herat, al oeste de Afganistán, y ahora estábamos juntos esperando otro amanecer polvoriento. Los talibanes todavía no habían llamado a mi puerta, pero sabíamos que lo harían.

Yo tenía 27 años y era una mala musulmana: una mujer soltera con formación que hacía muchas preguntas y raramente usaba hiyab. Era periodista en activo, miembro del grupo étnico chií hazara, e hija de un soldado afgano. Para un combatiente talibán con un poder recién estrenado, silenciar mi voz supondría un paso de gigante en la escalera al paraíso.

En mis sueños, había tratado de luchar, correr. Me había abierto camino a través del caos y el humo, aplastada por la multitud en una huida desesperada hacia el aeropuerto. Me agarraban unas manos. Había mujeres llorando y balas martilleando.

“¿Qué te ocurre, Fatema?”, dijo mi madre cuando me volví a despertar asustada. Había pasado la noche cuidándome.

“Solo una pesadilla”, le dije.

Había llegado la hora. Tenía que salir de Kabul.

15 de agosto de 2021 El día que cayó Kabul

Parece imposible que la civilización pueda retroceder varias décadas en una sola tarde, que la vida tal y como la conoces pueda derrumbarse antes de la hora de comer, pero así fue.