Las arcas del Imperio

La expansión romana se cimentó en una economía improvisada, que fue adaptándose a las crecientes necesidades, que sacó ventaja de la esclavitud y que, al final, se vino abajo como castillo de cartas.

-  Alberto Porlan

A COMIENZOS de la República se realizaban intercambios con ganado. De ahí que las primeras monedas llevaran cerdos o vacas impresos y se conocieran como pecunia (de pecus, ganado). Luego llegó el as y, más adelante, el denarius.

Sabemos mucho acerca de la Roma clásica. Sus cronistas, sus historiadores y sus literatos nos han transmitido ingentes datos que permiten reconstruir las facetas más íntimas de su vida; pero entre ese torrente de información hay aspectos que siempre permanecieron oscuros, y uno de ellos fue el del manejo de la administración financiera del Imperio.

Los romanos tuvieron que aprender a administrarse a marchas forzadas. Pasaron de una economía agrícola y tribal a controlar la riqueza generada en los seis millones de kilómetros cuadrados -tres veces la superficie de México- que llegaron a dominar en el Imperio. Tenían que organizar cosechas, minas, ganado, transacciones comerciales, transporte de mercancías y un sinfín de asuntos. Por supuesto, eso requería una estructura fiscal compleja. Y, además, estaban los gastos militares, un auténtico sumidero para las finanzas imperiales.

La minería y la agricultura (izquierda, relieve de una siega) eran las actividades básicas sobre las que se sustentaban las finanzas del Imperio.

Sin presupuesto estatal