CONVIVIR CON LA MIGRACION

EN LA FRONTERA EUROPEA EN BOSNIA CONVIVEN LA EMPATÍA Y LA INACCIÓN

- Roberta Nikšić

LA NIEVE CAE SOBRE Lipa, un campamento de migrantes improvisado a 30 kilómetros de la ciudad de Bihać, en Bosnia y Herzegovina. Anoche nevó y hoy vuelve a nevar. Después de ver Lipa, la nieve nunca volverá a ser la misma. Camino por la ciudad mientras intento comprender por qué nos hemos vuelto tan insensibles.

Hace poco tiempo que llegaron los primeros grupos de migrantes a la región de Krajina. Sus habitantes dieron un paso al frente para ayudar a aquellos que el mundo entero había olvidado. Los restaurantes prepararon y distribuyeron comida, otros proporcionaron refugio y los medios informaron de lo que estaba pasando. La gente leía con orgullo artículos sobre su heroísmo en las webs de noticias locales.

Con el tiempo, los testimonios de ayuda disminuyeron y el número de migrantes que llegaba aumentó. No puedo precisar exactamente cuándo empezó a surgir el descontento contra los migrantes. Pero llegó un momento en el que Krajina decidió que no había espacio para ellos. Que no puedes ni quieres alimentar a un ejército de personas extrañas con tus propios recurSOS.

Quizás el miedo se desató cuando la gente empezó a llamarlos migrantes. Mientras eran refugiados, podíamos identificarnos con ellos. Todos recordamos las mantas en las que se envolvieron los refugiados que se vieron obligados a abandonar sus hogares durante la guerra de Bosnia de 1992 a 1995.

Las cosas cambiaron cuando la sociedad empezó a centrarse en las coordenadas geográficas de los países de origen y en si había o no guerra en esas zonas. La solidaridad empezó a decaer.

Parece ser que algunas clasificaciones conllevan una limitación en los derechos. Según esa clasificación, si eres migrante tienes menos derechos que un refugiado.