Café para PAPÁ NOEL

El primer diciembre en un país nuevo, mis padres prepararon una sorpresa

- Ali Amad

EN 1993 MI familia emigró de Emiratos Árabes Unidos a Canadá. Yo tenía cuatro años; lo suficientemente niño para que mi nuevo hogar me cambiara, pero lo bastante mayor para saber que era diferente a quienes me rodeaban.

Era el único árabe y el único musulmán de mi clase de infantil en las afueras de Toronto. Nadie se llamaba como yo y nadie hablaba árabe (mi inglés de entonces era, como mucho, rudimentario). Más allá de esas diferencias obvias, la vida canadiense era muy distinta en otros aspectos. Tras recuperarme de la impresión causada por el frío glacial y la nieve hasta la cintura en mi primer invierno canadiense, me llevé otra sorpresa ese diciembre.

De la noche a la mañana, todo se cubrió de rojo y verde. Escaparates decorados con pinos y abetos envueltos en luces, en los centros comerciales sonaba la canción del reno de nariz roja llamado Rudolph, y mis compañeros charlaban entusiasmados sobre los regalos que habían pedido a Papá Noel esa Navidad.

En algún momento seguramente me pregunté: ¿Qué es Navidad? No hay nada así en el mundo musulmán. Lo más parecido podría ser el Eid al-Adha, que se traduce del árabe como "Fiesta del Sacrificio", cuando se conmemora la decisión de Abraham de obedecer la orden divina y sacrificar a su hijo, hasta que Dios interviene y sustituye al niño por un ternero. No es tan divertido y alegre como la historia de la Navidad