¡Polizón!

La inverosímil fuga de Cuba de un adolescente

- Armando Socarras Ramírez

Los motores del DC-8 de Iberia Airlines tronaban con un sonido cada vez más ensordecedor mientras el enorme avión avanzaba hacia donde estábamos ocultos entre la alta hierba, justo al final de la pista del aeropuerto José Martí de La Habana. Durante meses, mi amigo Jorge Pérez Blanco y yo habíamos planeado ir de polizones escondidos en el hueco de las ruedas en el vuelo 904, un trayecto sin escalas de Iberia que salía una vez a la semana de La Habana hasta Madrid. Hoy, la tarde del 3 de junio de 1969, había llegado nuestro momento.

Nos dimos cuenta de que éramos jóvenes para hacer una apuesta tan grande. Yo tenía 17 años, Jorge 16. Pero estábamos decididos a escapar de Cuba y habíamos elaborado nuestro plan cuidadosamente. Sabíamos que los aviones que salían rodaban hasta el final de la pista de 3.500 metros, se detenían un momento después de dar la vuelta y luego rugían a toda velocidad para despegar. Nos pusimos zapatos con suela de goma para ayudarnos a subir por las ruedas y llevábamos cuerdas para atarnos y mantenernos seguros una vez dentro del hueco de la rueda. También nos habíamos tapado los oídos con algodón, como protección contra el chirrido de los cuatro motores a reacción. Ahora sudábamos de miedo mientras la enorme nave daba media vuelta y el aire producido por el avión aplastaba la hierba que nos rodeaba. “¡Corramos!”, le grité a Jorge.