Guillermo Cabrera Infante: verborreica terapia

20 años del fallecimiento del autor latinoamericano

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Sigue siendo tan potente como extraña, tan sencilla como abigarrada, y se sigue ocupando lo mismo del público afán que de la empresa privada la producción escrita de Guillermo Cabrera Infante (1929 -2005), dos décadas después de la desaparición del cubano nacionalizado británico tras exiliarse de su país. Profundamente extraña e invariablemente lúcida, formalmente audaz y líricamente elevada, la narración construye un espacio en el que el lector puede reflexionar sobre la libertad y la supervivencia en un futuro hacia el cual siempre está encaminándose.

Con su característica mezcla de rauda perspicacia y penetrante compasión, la posteridad ha reescrito su célebre novela Tres tristes tigres (1967) para nuestra era fieramente desacomplejada: «No siento el menor respeto por Marcel Proust (que rima, claramente, con pooh), ni por James Joyce (Cué lo pronunció Shame’s Choice) ni por Kafka (que sonaba como caca en su voz, por lo demás bien educada). Ésta es la Santísima Trinidad, a la que hay que adorar si se quiere escribir en el siglo XX, y yo no podría hacerlo en el XXI.»

Se evidencian las conexiones entre las historias separadas por el tiempo y el espacio en una prosa maravillosamente inventiva que bordea lo alucinógeno mientras permanece vigorosamente arraigada en un lúdico materialismo. Fecunda sigue siendo su rabia inherente contra lo establecido, frenética la creatividad que propugna, heredera de Lewis Carroll y Alicia en el país de las maravillas, haciendo estallar los prejuicios a su paso: «El arte (como la religión, la ciencia o la filosofía) es sólo un intento más de enfocar la luz del orden en la penumbra del caos». La catarsis visceral que promulga el autobiógrafo de