Ari Berger

Cuando Alex Berger Senior abrió su primera joyería en el Centro Histórico de la Ciudad de México, quizás no imaginaba que sus hijos, nietos y bisnietos harían de la marca Berger una de las más prestigiadas en México, no solo como joyeros, sino como distribuidores de las marcas más exclusivas de relojes. No importa el panorama, Berger sigue haciendo lo que mejor sabe: vender lujo.

ALEX ELÍAS BERGER era un tallador de diamantes de Bélgica, de origen judío. Cuando vino la Segunda Guerra Mundial, tuvo que salir de Europa y lo consiguió: atravesó el Atlántico con su esposa Genia Seifman y sus dos hijos Sylvain y Maurice, y como único patrimonio para empezar de cero, una bolsa de diamantes. Primero llegó a Cuba, donde trabajó para la comunidad de españoles refugiados, quienes le encargaron llevar un cargamento de joyas de un barco al puerto de Tampico; parte del pago eran joyas del cargamento. Cuando Alex Berger desembarcó en México en 1943, ya no regresó a La Habana.

Durante dos décadas fueron los únicos importadores de diamantes en México, hasta que en los años 70 trajeron zafios, rubíes y esmeraldas. En 1962 abrieron un local en el Centro Histórico y, como buen augurio, el año siguiente llegaron al mundo Sergio y Ari, hijos de Silvain y Maurice, respectivamente, con las hermanas Leonora y Magda Alazraki. Los primos aprendieron el oficio en Estados Unidos. En 1984 entraron al negocio y, para los 90, Berger Joyeros era ya una referencia de joyería y buen gusto. Hacia el nuevo milenio incorporaron la división de alta relojería con marcas nunca antes vistas en México y –en pleno 2020– se sumó la cuarta generación familiar: Tamara en joyas y Alex en relojes.