En lo profundo de uno de los últimos bosques de la CDMX, los cementerios de oyameles revelan que la contaminación persiste y mata. El ozono, en particular, aniquila no sólo a los humanos, acaba con los árboles. Desde la biología genética, dos científicas y comuneros de la zona luchan por salvar el primer Parque Nacional de México: el Desierto de los Leones.
En una nublada mañana de marzo de 2017, Alicia Mastretta Yanes cargó en el Jeep de su padre un tanque de nitrógeno líquido y manejó hacia los límites del suroeste de la Ciudad de México, dejando atrás el incesante zumbido del tráfico citadino. El paisaje, un bosque húmedo y frío, repleto de oyameles y pinos, pronto se convirtió en un descampado con árboles caídos y troncos desnudos que se elevaban como arpones hacia el cielo. Se encontraba en uno de los cerros más altos del Parque Nacional Desierto de los Leones, el bosque protegido más antiguo de la capital.
Mientras sus estudiantes recolectaban hojas de los oyameles muertos o moribundos y las sumergían en nitrógeno líquido para congelarlas, Mastretta sintió que el lugar se parecía al cementerio de elefantes de El Rey León. Desde hace décadas, los habitantes de las comunidades cercanas habían comenzado a llamar a esas áreas “cementerios”, por la impresionante cantidad de árboles muertos.
Allí, en medio de la devastación, Alicia Mastretta, bióloga egresada de la UNAM y adscrita a la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), se preguntó si el primer Parque Nacional de México podría ser salvado.
Hace más de un siglo, el Desierto de los Leones fue declarado área protegida. Pero los árboles del parque no han corrido con mucha suerte. Los pinos, robles y oyameles han sufrido la tala ilegal, han sido atacados por plantas invasoras, infestados por plagas, arrasados por los incendios y, lo más grave, envenenados por la contaminación atmosférica.
Hace más de un siglo, el Desierto de los Leones fue declarado área protegida, con el propósito de salvaguardar sus manantiales, que suplían de agua a la capital. Pero los árboles del parque no han corrido con mucha suerte. Los pinos, robles y oyameles han sufrido la tala ilegal, han sido atacados por plantas invasoras, infestados por plagas de insectos, arrasados por los incendios y, lo más grave, envenenados por la contaminación atmosférica.
El deterioro más dramático del Desierto de los Leones ocurrió en la década de los ochenta, cuando los oyameles comenzaron a teñirse de rojo cobrizo, el mismo síntoma observado en otros bosques cercanos a ciudades muy contaminadas, como Los Ángeles. Muchos perdieron su follaje y aparecieron grandes extensiones de “cementerios”.
En unos cuantos años, la vegetación dañada ya equivalía a más del 30 por ciento de la extensión del parque. Docenas de miles de árboles muertos y moribundos han sustituido las laderas verdes de este parque», escribieron en 1987, para la revista American Forests, los especialistas forestales Jorge Macías Sámano y William M. Ciesla.
Los investigadores identificaron la causa: la niebla tóxica de ozono que asfixia a la Ciudad de México, formada cuando las emisiones de automóviles y fábricas interactúan con la luz del sol. El ozono no sólo daña los pulmones de los seres humanos; los árboles también lo absorben.
La merma de árboles en el Desierto de los Leones ha sido tan dramática que los gobiernos en turno de la capital han lanzado campañas de reforestación, principalmente de oyameles (Abies religiosa) y distintas especies de pinos y cipreses. El esfuerzo ha sido inútil, sólo una especie de pino prosperó, mientras el resto lucha por sobrevivir.
El panorama ha mejorado ligeramente en años recientes, más árboles jóvenes han echado raíces en una porción del parque. Pero Verónica Reyes Galindo, estudiante de la maestría en Biología Evolutiva de la UNAM, está convencida de que esta sólo ha sido una solución a corto plazo: algunos de los árboles que fueron plantados hace tres años han comenzado a mostrar señales de daño por ozono.
Estamos pasándonos de lanza con la contaminación atmosférica –explica Alicia Mastretta–. Y tenemos que buscar aquellos árboles que puedan levantarse mejor». Desde hace años, Alicia, doctora en Biología por la Universidad de Anglia, en Reino Unido, trabaja en una estrategia —que no tiene precedentes en el mundo— para fortalecer el bosque del Desierto de los Leones y lograr que resista ante la contaminación.
Llega un momento en que duele estar aquí. Pero eso sólo ocurre después de varias horas, luego de escuchar las respuestas que la ciencia ensaya para explicar la catástrofe. Aunque muchos chilangos no nos damos por enterados, este bosque también forma parte de nuestra ciudad y su existencia es vital para el ciclo del agua.
La primera impresión es que no sucede mucho. Manchones de árboles por aquí, por allá, de tanto en tanto un tronco talado. El sol quema, no reparamos que esta temperatura es anormal para un bosque húmedo. Mientras llegamos a la cima del cerro, Alicia y Verónica hablan con fervor de su trabajo, de su apuesta por la ciencia como una manera de ayudar a los comuneros de Santa Rosa Xochiac, a cuyas tierras pertenece este pedazo de bosque herido. Dos jóvenes científicas de la UNAM intentan descifrar cómo resarcir un desastre cuya intensidad se va revelando conforme se asciende por los caminos de este parque nacional.
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