Una caminata angustiosa e inspiradora revela un Afgánistan en paz... Y recuerda todas las tensiones de hoy.
FOTO ANTERIOR
En una lucha contra la nieve, el frío y un burro cansado, Paul Salopek da sus últimos pasos en el corredor de Wakhan en Afganistán, mientras él y el fotógrafo Matthieu Paley suben por el paso Irshad hacia Pakistán. Se suponía que el ascenso tomaría tres horas, pero al final fueron nueve. En la parte superior del paso, las nubes se aclararon al ponerse el sol. “A pesar del cansancio, la luz me sorprendió –dice Salopek–. Era el tipo de luz que se asocia con el nacimiento, luz en la que se nace”.
IZQ. En el corredor de Wakhan, Sidol (izq.), Jumagul (centro) y Assan Khan (der.) regresan en sus yaks tras supervisar el crecimiento de los pastos en elevaciones más bajas. Los rebaños se mantendrán fuera de esos pastizales para que los pastos puedan ser cosechados, secados y utilizados por los wajíes como forraje en los meses de invierno.
Fuera del Edén | PARTE SIETE
Tenía el pelo teñido de color púrpura. Vestía ropa de licra.
Bailaba sola, la joven extranjera, balanceándose descalza sobre el techo de un automóvil en un confín remoto del corazón rocoso de Asia, a la orilla del río Panj, que separa Tayikistán de Afganistán, un paraíso muy conocido de traficantes de opio en el extremo sur de las montañas del Pamir. El automóvil tenía placas de la Unión Europea. Pero, ¿quién era ella? ¿Una peregrina trasnochada en el antiguo sendero hippie? ¿Mística? ¿Adicta? ¿Turista? ¿Aventurera? Era imposible saberlo.
En la aldea de Qalah-ye Panjah, los niños se reúnen temprano por la mañana durante la importante festividad musulmana de Eid al-Adha, la Celebración del Sacrificio. Esperan ansiosamente compartir la carne de una oveja sacrificada. Los wajíes rara vez comen carne porque no tienen manera de conservarla fresca.
Levanté mi sombrero empapado en sudor en señal de saludo, mientras pasaba arrastrando los pies y arreando un burro de carga cansado, con mi piel agrietada por el viento y el estómago vacío por acampar más de un mes entre los riscos de Asia central. Camino por el mundo. Durante cinco años he recorrido la Tierra como parte de un proyecto llamado Caminata fuera del Edén, una peregrinación narrativa tras los pasos de los primeros ancestros que exploraron el planeta durante la Edad de Piedra. Caminar de esta forma –de manera continua, día tras río, mes tras continente por una ruta que, al final, abarcará 34 000 kilómetros– es vivir en un estado de asombro diario. Así que la danzante en el descampado no fue realmente una sorpresa. Tampoco yo la sorprendí. No me vio. Perdida en los ritmos tecno que salían del estéreo de su automóvil, ni siquiera abrió los ojos.
“Me hace sentir viejo”, se quejó el fotógrafo Matthieu Paley después de que habíamos caminado penosamente por la sucia carretera construida por los soviéticos.
La travesía a pie de Paul Salopek por las tierras altas de Asia central no tiene precedentes para los extranjeros en la historia reciente. Sigue la narración de su recorrido mundial en línea en OutofEdenWalk.org y en Twitter (@PaulSalopek).
Paley se me había unido para un excepcional cruce a pie por el corredor de Wakhan en Afganistán, reducto olvidado y escondido detrás de las murallas montañosas del Hindú Kush. Por las mañanas hacía yoga en el camino para aliviar una espalda achacosa. Las tipografías agrandadas en mi computadora portátil eran mis propias concesiones a la mediana edad. Pero no me sentía viejo. Recorrer la Tierra te vuelve niño otra vez. Cuando llegue por fin a Tierra del Fuego, mi destino dentro de seis o siete años, seré un recién nacido.
Miré hacia atrás.
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