LA CIUDAD QUE ENAMORA

CRACOVIA se despliega como un relato bordado entre leyendas y aromas, con plazas vivas que respiran siglos y callejuelas que guardan secretos.

- POR CLAUDIA SÁIZ. FOTOS: REMEDIOS VALLS.

Dicen que antes de que Cracovia (Polonia) fuera ciudad, antes de que sus iglesias acariciaran el cielo con sus agujas y la plaza mayor bullera de vida, aquí sólo había un río, una colina... y un problema colosal con escamas. El dragón de Wawel –enorme, hambriento y con un aliento que no olía precisamente a menta fresca– tenía atemorizados a todos. Cada semana exigía un tributo, y no era de oro. Hasta que un joven zapatero, más astuto que fuerte, lo retó con una trampa tan ingeniosa como letal: un cordero relleno de azufre. El monstruo, sediento tras el festín, bebió y bebió del río Vístula hasta reventar. Y así, relatan, nació Cracovia: no de tratados ni de conquistas, sino del ingenio frente al miedo. Quizá por eso, caminar hoy por sus calles es recorrer las páginas de un cuento.

ENTRE WAWEL Y EL CORAZÓN MEDIEVAL

El paseo comienza allí donde el mito tomó forma: la colina de Wawel, coronada por el castillo y la catedral que han visto pasar reyes, invasiones y bodas reales. Subir hasta su cima es escuchar cómo las murallas susurran secretos, las campanas marcan un tiempo distinto y el aire trae un perfume mezclado de río y flores. Al descender, el camino se convierte en un hilo de piedra que cose pasado y presente con tranvías que serpentean los barrios como un latido moderno. La calle Grodzka se abre como una invitación, flanqueada por fachadas color mantequilla y terracota, balcones de hierro forjado y escaparates donde el ámbar brilla como si todavía guardara la luz de otro siglo. El aroma del