Símbolos eternos

DE DINAMARCA A TAILANDIA, PANDORA HA FORJADO UN IMPERIO GLOBAL QUE, EN SU ESENCIA, SIGUE SIENDO HUMANO Y ARTESANAL CON JOYAS CONVERTIDAS EN RELATOS.

- CLAUDIA SÁIZ

Pulseras 'ME en plata de primera ley con un recubrimiento en oro de 14K con eslabones Link pequeños con textura, dos 'charms' de la colección Talisman con forma de medallón -uno, con una golondrina, otro con un pegaso adornado con madreperla artificial de biotresina blanca- y un charm 'ME' colgante con una serpiente anacarada.

El aire en Lamphun, al norte de Tailandia, huele a jazmín y a tierra húmeda tras los monzones. Frente a un edificio blanco y circular, diseñado como una pulsera con charms, parte del equipo te recibe con guirnaldas malai que envuelven tu muñeca. Es un gesto sencillo, lleno de hospitalidad, que inaugura una experiencia hipnótica: descubrir el corazón artesanal de Pandora, la mayor firma de joyería del mundo por volumen, donde lo íntimo convive con lo monumental. Dentro, más de 4.000 artesanos trabajan bajo la luz precisa de mesas dispuestas como pequeñas islas. Se repite un mismo gesto con la concentración de un ritual: engastar una microgema, esmaltar un pétalo, soplar vidrio reciclado al estilo Murano, pulir con paciencia infinita la superficie de una cadena. Nada es industrial, aunque de aquí salen hasta 900.000 piezas por semana. Casi un millón de anillos, colgantes y charms que viajarán a más de cien países, cada uno acariciado por al menos veinte manos antes de alcanzar su forma definitiva. En 2024 fueron 113 millones las piezas vendidas. La cifra impresiona, pero lo que emociona es la intimidad del detalle. «Es un mundo en el que es imposible no querer formar parte», afirma Berta de Pablos-Barbier, CEO de Pandora. La frase condensa la filosofía de la firma danesa: no vender solo joyas, sino abrir la puerta a una galaxia de pertenencia y emoción compartida.