Hicimos un repaso por imágenes icónicas de grandes cambios sociales, y les pedimos a tres prominentes mujeres revolucionarias que analizaran lo lejos que hemos llegado en el último siglo y lo mucho que nos falta por recorrer.
Los políticos frecuentemente exigen civilidad y decoro en las protestas, como si desafiar el statu quo fuera un asunto de buenos modales. Ése no es el caso. Hoy es un momento útil para pensar en la liberación de las mujeres, un movimiento que fue complicado, desordenado y revoltoso, pero tal vez con demasiados buenos modales. En los 60’s y 70’s, las mujeres entraron a la fuerza laboral con números sin precedentes y manteniendo la administración de sus hogares. Eran restringidas por el sexismo en casi todos los aspectos de sus vidas. Algo tenía que cambiar. Y en la cúspide del movimiento de los derechos civiles, nació la liberación femenil. Estas activistas pelearon por muchas de las razones que millones de mujeres seguimos exigiendo: libertad reproductiva, igualdad de salarios, cuidado para los niños subsidiado y fin a la misoginia. La característica más prominente de esta nueva liberación era la idea de la hermandad. El poder podía ser compartido. Muchas voces podían contribuir al cambio. Y ciertas transformaciones fueron alcanzadas: en la Conferencia Nacional de Mujeres, en 1977, miles de ellas se reunieron en Houston con el fin de formalizar un programa para presentar la liberación de las mujeres en la Casa Blanca y el Congreso. Al finalizar la conferencia, se había creado un plan de acción nacional, con 26 puntos, cubriendo desde la violencia sexual y doméstica, la discapacidad hasta la libertad reproductiva. Las mujeres eran parte de la conversación nacional.
No obstante, esa conversación no creó mucho cambio estructural. La hermandad era una buena idea, pero fue dominada por mujeres de clase media y alta. La liberación de las mujeres en general no buscaba reimaginar el mundo y sus fundamentos capitalistas. De haber sido así, la agenda feminista se hubiera expandido y ya hubiéramos elegido a la primera presidenta de Estados Unidos.
Cuando Donald Trump tomó la presidencia, las mujeres se volvieron a unir, con la Marcha de las Mujeres, en Washington, el 21 de enero del 2017. Los organizadores formaron un equipo líder nacional, coordinando cientos de marchas hermanas alrededor del mundo, y desarrollaron “los principios de unidad” para codificar qué y a quiénes representaba el movimiento. La influencia de la liberación femenina estaba aparentemente lista. Marcharon para dejar en claro que ellas no se mantendrían en silencio. Como el movimiento de liberación feminista anterior, esta manifestación y muchas de las acciones que se tomaron desde entonces -comúnmente llamados actos de resistencia- han colocado a este género en el debate nacional.
El otro desafortunado tema de interés es que esta resistencia ha sido muy recatada, y no hemos visto un gran cambio estructural. Mas no estamos necesariamente destinadas a continuar por este camino: la historia se repite hasta que las personas deciden no permitirlo. El cambio requiere algo más que resistencia. Necesita más que una marcha o compromiso o civilidad. Debemos estar dispuestas a ser incómodas y hacer que los demás se sientan así, ya sea a través de protestas inciviles, boicots comprensivos o una reimaginación retadora de lo que podría ser el mundo si nos liberáramos del patriarcado. Ya no estamos en tiempos de resistencia, debemos causar revueltas a toda costa.
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Marzo 2019