Noruega – Hijos del frío

Los que viven en Laponia no tienen miedo al frío. Aquí se convive a diario con el hielo, la oscuridad de la noche polar y temperaturas muy por debajo de los cero grados. Pero también con la magia de las auroras boreales, la ancestral cultura sami y una naturaleza pura y poderosa a la que se respeta por encima de todas las cosas

- Texto Kris Ubach. Fotografías Roberto Iván Cano / Kris Ubach

“¡Fíjate qué color más raro tiene el cielo!”. Acabamos de aterrizar en el modesto aeropuerto de Alta y la aurora boreal nos da la bienvenida sobre el aparcamiento donde se encuentra nuestro coche de alquiler. La luz anaranjada de las farolas se mezcla con el verde de las luces del norte tiñendo la noche de un tono parduzco brillante, algo casi marciano. Es un buen presagio. Un comienzo con un punto surrealista para esta aventura en el frío que nos conducirá por el extremo más septentrional de Noruega: desde Alta, bautizada como “la ciudad de las auroras boreales”, hasta Kirkeness ya en la mismísima frontera rusa.

A pesar de ser la mayor ciudad en la región de Finnmark, Alta cuenta con una población de apenas 19.000 almas que se han acostumbrado a vivir de noche entre noviembre y enero. Semejantes condiciones de nocturnidad y el hecho de hallarse en una zona que, con más frecuencia que otras, goza de cielos despejados, propiciaron que en el siglo XIX aquí se construyera el primer observatorio de auroras boreales del mundo. Hoy quienes visitan Alta lo hacen atraídos por este sobrecogedor espectáculo de la naturaleza, pero también porque la ciudad cuenta con la mayor colección de grabados rupestres del norte de Europa que, por cierto, son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.